En la vida rutinaria nos topamos siempre con nuevos peligros y no solo eso, también las bacterias son nuestros enemigos porque pueden ingresar a nuestro organismo sin avisar y destruirnos de forma rápida provocándonos la muerte sin que la ciencia médica sepa el motivo, a continuación un ejemplo vivido por una familia mexicana.
Una familia muy humilde residentes de Milpa Alta, Estado de México, sufrió mucho luego de que un miembro de su familia muriera a causa de algo que hacen millones de personas todos los días en muchos países. Y lo peor de todo, es que el difunto fue un niño llamado Eduardo Montes Pérez.
¿Qué paso realmente? Chécalo más abajo y toma precauciones en este tipo de cosas porque todos estamos expuestos a estos peligros desconocidos.
Era 8 de enero de este año, 2016, y todo transcurría normal para la familia Montes Pérez. Eduardo, o como lo llamaba su familia, Lalito, estaba jugando futbol y al acabar entro a la casa a beber agua. Horas más tarde, el pequeño le contó a su mamá que le dolía la cabeza. La madre rápidamente le dio pastillas y lo dejo descansar.
Sin embargo, al otro día por la mañana, Lalito de tener un dolor de cabeza severo, empezó con vómitos y a sentirse mareado. Los padres rápidamente lo llevaron al hospital, aunque ahí lo rechazaron por no tener el papeleo en regla y ya como última opción, lo llevaron a una clínica particular porque Lalito parecía cada vez más grave.
Ahí determinaron que posiblemente se trataba de cólera, y recomendaron tratarlo inmediatamente, y los padres a pesar de su baja economía, aceptaron. Pasaron las horas y el 10 de enero, paso algo realmente desgarrador: Lalito había perdido la batalla debido a una convulsión severa, es decir, había muerto.
Los médicos quedaron consternados con la muerte repentina del pequeño, y tas varios estudios descubrieron algo escalofriante y la causa de su muerte: encontraron en el cerebro del niño un parásito de origen desconocido que se alimentaba de su materia gris, siendo algo insólito.
Era 8 de enero de este año, 2016, y todo transcurría normal para la familia Montes Pérez. Eduardo, o como lo llamaba su familia, Lalito, estaba jugando futbol y al acabar entro a la casa a beber agua. Horas más tarde, el pequeño le contó a su mamá que le dolía la cabeza. La madre rápidamente le dio pastillas y lo dejo descansar.
Sin embargo, al otro día por la mañana, Lalito de tener un dolor de cabeza severo, empezó con vómitos y a sentirse mareado. Los padres rápidamente lo llevaron al hospital, aunque ahí lo rechazaron por no tener el papeleo en regla y ya como última opción, lo llevaron a una clínica particular porque Lalito parecía cada vez más grave.
Ahí determinaron que posiblemente se trataba de cólera, y recomendaron tratarlo inmediatamente, y los padres a pesar de su baja economía, aceptaron. Pasaron las horas y el 10 de enero, paso algo realmente desgarrador: Lalito había perdido la batalla debido a una convulsión severa, es decir, había muerto.
Los médicos quedaron consternados con la muerte repentina del pequeño, y tas varios estudios descubrieron algo escalofriante y la causa de su muerte: encontraron en el cerebro del niño un parásito de origen desconocido que se alimentaba de su materia gris, siendo algo insólito.
El caso atrajo a muchas personas y tras varias investigaciones más, encontraron que el garrafón del agua de donde Lalito había tomado agua días antes, tenía gusanos trasparentes que se movían a sus anchas.
Lalito con 6 años había muerto por esos gusanos que se le trasladaron hasta su cerebro, algo realmente desagradable porque se supone que beber agua no debe representar ningún peligro, aunque ahora sabemos que eso puede hasta matarte. Días después de lo ocurrido en ese lugar se encontró que distintas zonas de purificación no cumplían con los términos de limpieza correctos, algo que puede pasar en todos lados, así que mejor tener mucho, pero mucho cuidado en estos casos.
Este tipo de sucesos se ven poco, sin embargo, han pasado muchas veces y por eso hay que animarnos a checar más las cosas que ingerimos o tomamos, y al menos tener medidas regulares de chequeos.